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Las estadísticas
Las estadísticas (como el algodón con la suciedad) no engañan. Alguien en Caja Madrid dijo a 83 directivos que les daban una tarjeta con la que podían gastar lo que quisieran y en lo que les pareciera bien (“Tomen ustedes. Para sus gastos. No se corten, que la vida es así y a ustedes les ha tocado esto, son unos elegidos”…). De todos ellos solo 3 la rechazaron porque eso les debió parecer (suponemos) que no estaba bien, que ya tenían un buen sueldo que cubría de sobra lo que trabajaban, que a lo mejor incluso solo consistía en levantar la mano afirmativamente al informe de la superioridad en un consejo de administración del que no entendían ni la mitad de lo que votaban, que puede ser. El resto, los otros 80 (el 96%), con la tarjeta se fueron de safari, regalaron joyas a sus señoras, a sus hermanas o vaya usted a saber a quién, sabiendo que les salía gratis el detalle; se fueron de cenas (infinidad de veces) en las que se debía comer como en la Gloria por los precios, además invitarían a los vecinos, a los padres de los novios de las hijas para quedar bien, a la familia por los cumpleaños etc., etc., etc… Cargaron lo mejor de lo mejor en sus carros de la compra en Hipercor, que no es un supermercado ganga precisamente, usaron la tarjeta en peluquerías (¡hay que ser cutres!), en pubs (en los que alguno llegó a gastar hasta 13.000 Euros. “Camarero, ponga una a todos los presentes, que esta y la siguiente la pago yo”… “No andéis sacando que esto corre de mi cuenta”) y otros (muchos) gastos en sabe Dios qué cosas, tirando con pólvora ajena de la tarjeta de la una Caja donde mucha gente tenía sus ahorros, y que por cierto se vino abajo y hubo que rescatar con dinero público (que ya es casualidad). Gastaron 15 millones de euros, que para que se haga usted una idea, si cuenta todavía un poco en pesetas, fueron 2.500 millones de pesetas. Parece mentira pero es así: ¡2.500.000.000 pesetas entre 80 tíos!
Supongo que cuando sus conciencias (en caso de que la tuvieran, porque al parecer no todo el mundo la tiene, o no la tiene igual) les hicieron alguna pregunta al respecto, respondieron ellos muy enhiestos: “¡Porque yo lo valgo!”, como en el anuncio de un champú. Y siguieron usando la tarjeta convencidos de que ser Consejero o alto cargo de Caja Madrid-Bankia era una cosa de mucha responsabilidad y, claro…., pues eso, que no pasaba nada por tener una tarjeta e ir con ella a tumba abierta y sin declararlo a Hacienda, además del buen sueldo y otras prebendas añadidas.
(Voy a decir una bobada:) Podrían haber tirado de la tarjeta para dar dinero a la creación de una escuela en África, para ayudar a vacunar a niños que se mueren por enfermedades que aquí nos cuestan una vacuna de nada, darlo a esa gente que anda todo el tiempo por los países pobres ayudando a los demás o a cualquiera de la infinidad de urgencias que existen por ahí y que se solventan sólo con dinero. Podrían, sí, podrían pero no, se lo gastaron en lujos y gilipolleces, comparado con lo que sería vacunar, curar, educar (¿Era una bobada o no era una bobada lo que iba a decir?)…Todo por cuenta de Caja Madrid, que era una caja de ahorros, siendo como era, eso: una caja de ahorros, que no era como ser un banco cualquiera. Esta situación, que no es nueva cuando se trata de los dineros, de los consumos, de la codicia y de darse a la buena-buena-buena vida, pone de manifiesto que tenemos un peligro tremendo cuando se nos pone a tiro algo de tanto como nos suele venir bien, que es mucho, variado y generalmente caro, sin que nos haga ninguna falta. Incluso parece que la ideología de fondo, la que decimos tener (y exhibir) en estos casos no cuenta.
No es cosa ahora de hacer esfuerzos por entender la actitud de estos caraduras y meterlo en ese cajón de sastre que es la condición humana, con todo lo que puede caber ahí. No, porque justificar estas actitudes como algo propio de nuestras bajas pasiones, que son bastantes y muy generales, equivaldría a no saber dónde poner el límite y por tanto a que todo valiera en virtud de lo capullos (y más cosas) que somos. No quiero pensar, dada la estadística (el 96%), lo que hubiéramos hecho la mayoría puesto el pastel delante de las narices, sobre todo recordando la cantidad de veces que hemos oído decir con frialdad aterradora eso de que “Yo en su caso hubiera hecho lo mismo… total está el mundo lleno de mamones, por uno más… no voy a ser yo el más tonto”… ¿Les suena, verdad?
Somos de fábrica así, egoístas en sus múltiples facetas. Tenemos el virus de nacimiento y aún lo tenemos más en estos tiempos de tanta oferta y de tantos entusiasmos por el consumo, que nos muestra sus excelencias a borbotones y no nos cansa. Tenemos de fábrica el gen, pero en nosotros está el no desarrollar la enfermedad, cosa que se puede hacer perfectamente tomando conciencia social de cómo se puede mejorar lo que no va bien. (Pero esto sin duda parecerán, también, patrañas o demagogias). Los 3 que pudieron disfrutar de tal dispendio, que tenían la misma libertad para hacerlo que los demás, dijeron que con ellos no contaran, luego es posible no contagiarse si no se quiere, aunque tengamos el virus desde siempre. Hay una esperanza del 4%. Poca cosa pero es una esperanza. Podríamos decir, si creemos en las estadísticas, que ese porcentaje aproximado puede ser el de la gente absolutamente honesta cuando la tentación está en tener cosas, en disfrutar de lo que proporciona el dinero, es decir en eso que llama banalmente “gozar de la vida”.
Teniendo en cuenta nuestras imperfecciones, las cuales cuando se trata en estos tiempos de dinero parecen muchas y muy gordas, para que no pasen estas cosas, lo mejor –sabiendo que somos como somos y que tenemos mal remedio- es no ponernos la tentación delante. Eso se hace desde arriba, desde donde piensan y gobiernan con nuestra licencia. Se hace con normas y estrategias, con imaginación y sobre todo con la voluntad de hacerlo, que es lo que parece que no hay, a juzgar por el panorama. Cuando el resultado de eso es bueno, la propia sociedad se va educando en la decencia y en la honestidad. Eso es ejercer la democracia, aunque parezca que hacerlo es simplemente votar cada cuatro años y ya está. Pero estas inversiones no se hacen, se piensan, se desean, se dicen solemnemente cuando conviene, pero nada más (quizá no convenga a quien las puede eliminar) y entre tanto se deja que pasen delante de nuestras narices las oportunidades (tentaciones), siendo tan flojos como somos. Les pongo un ejemplo: por mucho que le quiera su señora ¿sería conveniente probarla dejándola en una isla tropical con George Cluny, no ya un año, ni un mes, ¡no!, un día nada más, con su noche, naturalmente? ¿O a su marido en el mismo plan con Naomi Campbell? Por mucho que le quieran a usted, mejor que no. De modo que lo más sensato será no dar lugar a las tentaciones con inteligencia y así no pasa lo que ha pasado. Porque es que somos una calamidad el 96%, aunque el 4% restante son la esperanza.
(Feliz Navidad)
- FE DE ERRATAS y defectos de
hace 5 horas 28 mins - Lo que diga Esther va a
hace 2 días 4 horas - POr cierto Esther.¿ Que
hace 2 días 23 horas - Y a AYUSO.
hace 2 días 23 horas - Gracias Esther por decir hoy
hace 3 días 5 horas - Ya no cuela este tema. Que
hace 4 días 1 hora - Aquí el caso es poner pega
hace 4 días 1 hora - Aquí huele a Koldo
hace 4 días 21 horas - La PSOE es como la gata
hace 5 días 3 horas - También había
hace 5 días 5 horas
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