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Las edades del hombre
El hombre, en su acepción de especie animal evolucionada y ubicada en la cúspide de la cadena ecológica, tiene un problemilla que no presentan ni los monos con los que compartimos un tronco común: en la medida que envejecen van desgastando la virtud humana de hacerle frente a todo lo que se les oponga y, en consecuencia, comienzan a desarrollar un espíritu conservador, inmovilista e individualista que Luis de Góngora y Argote calcó en una de sus poesías: “Ande yo caliente y ríase la gente”.
No es que los mayores sean malos; por el contrario, son tan inocentes que se engañan a sí mismos intentado vivir una paz reconfortante durante sus últimos años. Tampoco quiere decir que todos los viejos se proyecten socialmente de la misma forma. De hecho, la historia está llena de personas mayores, bien mayores, capaces de hacer y demostrar hasta el último minuto de vida. Sobre todo en épocas pasadas, cuando nadie podía darse el lujo de cobrar una pensión y era imprescindible para la vida morir con la carabina al hombro; lo que demuestra que la naturaleza humana es una cosa y la domesticación de los humanos es otra.
Un jubilado en la actualidad es, generalmente, un señor –o una señora— de costumbres similares a las que adoptan los animales en cautiverio: comer, dar un paseo por el campo y volver al redil de la casa solitaria, los afectos estacionales o la residencia, cuya función es una buena atención hasta el fatal desenlace y la esquela reglamentaria.
La vida durante vejez es, en cierto modo, una aberración humana y un desperdicio de experiencias y talentos. ¿Qué tiene que ver el magma con la magnesia? ¿Qué impide a un adulto mayor, que conserve su mente clara, contribuir con la familia y la sociedad? ¿Por qué la jubilación, aunque parezca una contradicción, se enfrenta como la pérdida de la acción y los derechos? ¿Por qué una persona inteligente, formada en un oficio o profesión está obligada a cambiar su aporte social por la partida en el bar de la esquina?
Podría ser —me refiero a la obligatoriedad— para desocupar puestos de trabajo y dar paso a los jóvenes que serán viejos y tendrán que hacer lo mismo. Ya a determinada edad las personas deben salirse del sistema de los vivos para padecer el sistema de los muertos en vida, lo que viene siendo como una etapa preparatoria para el Gran Día de la Esquela. No es un acto de justicia con el que ha trabajado y aportado toda su vida.
No obstante, la culpa no es completamente del sistema sino también y en buena medida de las familias en la que él o ella, molestan. Y de los mismos mayores de hoy, que lo aceptan porque ya antes fueron familia con molestias de viejos. El hombre es un animal de costumbres. Y el sistema los ha acostumbrado a devaluar las capacidades que no siempre la edad limita y a ocupar un espacio marginal y dependiente.
Esa selección de las edades del hombre en función de su vínculo con la sociedad en que vive no es igual en todas partes. En muchos países la jubilación es un derecho a recibir de vuelta lo aportado sin menoscabo del derecho al trabajo. En los Estados Unidos, por ejemplo, cualquier jubilado puede ser contratado, lo que resulta un doble beneficio a quien ha trabajado durante muchos años y sigue teniendo músculo e intelecto para desarrollar otra labor.
La Rebelión de los abuelos
Los abuelos debían rebelarse: en el seno de la familia y en el seno de la comunidad donde viven. Una rebelión de los abuelos por el derecho a llegar a extinguir todas sus posibilidades como seres humanos y en contra de una vida vegetativa esperando la carroza fúnebre. Pero ya están tan acostumbrados a que su mundo sea así que a la mayoría les basta con las cartas, el paseíto con las manos en los bolsillos y se conforman con apoyar todo aquello que les garantice la comodidad de su redil.
Si ahora expresara la conveniencia de una iniciativa para crear el “Comité de Derechos Humanos de los Abuelos de Béjar” se vería como un chiste, porque ya se da por sentado que ese segmento de la sociedad no tiene otro derecho individual que el de los cuidados.
“La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza”, dice un proverbio hindú y Unamuno, tal vez un día en El Castañar, aseguró que “Jamás un hombre es demasiado viejo para recomenzar su vida y no hemos de buscar que lo que fue le impida ser lo que es o lo que será”.
- Olga, tú no dijistes en un
hace 16 horas 41 mins - Claro que el tiempo pone a
hace 1 día 5 horas - El tiempo pone todo en su
hace 1 día 17 horas - Yo también fui socio de
hace 1 día 17 horas - Por lo que yo recuerdo fue
hace 2 días 21 horas - Tengo mis serias dudas de
hace 3 días 17 horas - pues que eso ya es historia
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