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Días de pan bendito
Los árboles desnudos dejaban ver el humo de un hogar que desde la chimenea se espaciaba calmo sobre la tarde gris.
El caserón de piedra que tapizaba la hiedra, ayudaba a recordar…
Todos los lunes son de lágrimas, los martes, sin café abierto, van seguidos sin tardanza de miércoles de penumbra y confidencia, para dejar paso en la memoria a los jueves de harina y pan; los viernes redivivos tienen el tinte de los versos de Majadas, sobre paisajes de sierra amantes de mis días y mis noches:
“Todas las piedras estas son de otra piedra trozos,
Descuartizados miembros de un cuerpo en desafío.
Cuando toco los canchos de este paisaje mío
Yo me siento de piedra, muñón de lo que rozo”.
…Y son para el sábado juegos de escondite alrededor de la exedra…
Manitas temblorosas una y otra vez tintadas de azul solemne los domingos, la vuelta a la lucha por el Humano Derecho, Declaración rigurosa de Ginebra.
-Lo vi.-
La puerta del molino daba directamente a una planta diáfana donde la piedra de muela era mesa cubierta de lienzo moreno, para soportar presentes, destacando más blanca la china del frutero cargada con el jugoso enjambre de redondas delicias; un par de vasos, un par de platos, los cubiertos… y el corazón alimentándose sin tregua. Al fondo, la chimenea cuyo aliento suspiraba, como vimos, fuera. Hay una escalera que dispone el acceso al piso alto, junto a ella el escusado. Más cerca del cielo, cama ancha, bañera antigua y ventanales cegados por estores bordados… Matizadas sobre el hilo, iniciales simples en azules y tostados.
Frente a un ventanal abierto, se asoma un diván que apoya la vista al frente, sobre el camino de los carros… más allá del puente, el riachuelo corre con prisas al mar. Descansa junto a su brazo, una mesita de madera, sobre ella el bloc, el Quijote y una manta amplia de pelo largo... Todo el mundo cabe en las estanterías donde los tomos se apilan lustrosos.
Alguien que se me parece mucho, lee tranquilamente y su voz estalla sobre un gran cristal que sella el conjunto a modo de alfombra sin tiempo. Bajo su superficie, se hunde el túnel por donde la vida cae… y cae el grano como cayeron las existencias, los esfuerzos y el sudor que hizo posible el pan, el pan bendito.
Todo ello se condensa en el hogar compartido, todo ello nítido, nuevo y antiguo en igual medida.
Lo soñé, lo sé. Con certeza. Pero quise soñarlo…
Miro el pequeño trozo de pan, cascurro real sobre mi mesa, y un olor delicioso se me extiende todo desde el corazón a los ojos… un olor reconocido…
-Niña, termínate el pan, que el pan no se deja, que el pan es bendito…-
Y las palabras se alejan en el ritmo de los días como el humo, como el sueño, como el recuerdo repetido del lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo…
Días de Pan Bendito repitiendo el poema que la madre recordaba de cuando iba a la escuela:
Sigue el agua su camino,
y al pasar por la arboleda,
mueve impaciente la rueda
del solitario molino.
Cantan alegres
los molineros,
llevando el trigo
de los graneros;
trémula el agua,
lenta camina,
rueda la rueda,
brota la harina,
y allí en el fondo
del caserío,
a par del hombre
trabaja el río.
La campesina tarea
cesa con el sol poniente,
y la luna solamente
guarda la paz de la aldea.
“El Molino” (Antonio Fernández Grilo)
…Aquel tiempo que vendrá.
Gel Borrajo
(Febrero 18 de 2010)
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