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Abalorios (I)
Aquellos Mayos procesionaban despacito calcetines cortos de perlé blanco, coros infantiles, chicos a la derecha, chicas a la izquierda y flores, muchas flores a María...
He pasado varias lunas intentando retejer entre mis dedos, esas cuentas mágicas, los sueños del niño que fuimos y que milagrosamente se asoma tímido en comentarios privados.
En estos tiempos tan pardos, rescatar aquellos infantes sea quizás nuestra única esperanza, una vez enterradas las pequeñas cuentas en pantanosas ciénagas con las que nos convertimos en adultos...
“Por el camino, le acompañaba un verso que se le ocurrió de repente:
Cada comienzo tiene, por lo tanto, un hechizo... Y lo decía sin saber en qué poeta lo había leído, pero el verso le hablaba y le gustaba y parecía coincidir totalmente con la aventura espiritual del momento. En el jardín, se sentó en un banco cubierto por la primera hojarasca, reguló su respiración y trató de alcanzar la tranquilidad interior, hasta que con el corazón iluminado se sumergió en la meditación, en la que la constelación de ese instante de su vida se le manifestó en imágenes generales, ultra personales. Pero al regresar a la pequeña aula apareció otra vez aquel verso; Knecht tuvo que hacer memoria de nuevo y encontró que era distinto. Finalmente su memoria se aclaró y acudió en su ayuda. Quedamente murmuró para sí:
Y en cada comienzo está un hechizo
que nos protege y aun nos ayuda a vivir...
Pero apenas al atardecer, después de concluidas las lecciones y sus demás tareas de la jornada, descubrió el origen de los versos. No eran de ningún poeta antiguo, sino que pertenecían a una de sus propias poesías, escritas cuando era estudiante, y aquélla terminaba con esta incitación:
¡Arriba, corazón; di, pues, tu adiós y sana!...
Esa misma noche llamó a su “sombra” y le anunció que a la mañana siguiente partiría por tiempo indefinido. Le encargó de todo lo que correspondía a funciones ordinarias con breves instrucciones, y se despidió amable, objetivamente como otras veces, antes de algún viaje oficial."
(El juego de los Abalorios/ Herman Hesse)
Pasaban los mayos, saltaron las cuentas de cristal,
Y lo que es aún peor, sepultamos también el brillo de esta tierra, bajo toneladas de miseria…
PRIMERA CUENTA:
Creo firmemente en los sueños que perseguía el niño Anónimo tras su primer cohete de latón lanzado solemne hacia las estrellas calentado sobre el chupón del braserito de cisco en el aula de Doña Repa…, le recuerdo a él, pero no su nombre.
"Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.”
(La poesía es un arma cargada de futuro/ Gabriel Celaya)
SEGUNDA CUENTA:
Las manos firmes de la niña Isabel bordando un mantel de Panamá, donde muchos años después tomaríamos té para sellar amistades aromáticas...
“Cuando me puse a pensar
La razón me dio a elegir
Entre ser quien soy, o ir
El ser ajeno a emprestar,
Mas me dije: si el copiar
Fuera ley, no nacería
Hombre alguno, pues haría
Lo que antes de él se ha hecho:
Y dije, llamando al pecho,
¡Sé quien eres, alma mía!?”
(Cuando me puse a pensar/ José Martí)
TERCERA CUENTA:
Si algo necesitamos es no rendirnos a la antipatía y la desidia, hacer una terapia colectiva que regenere la creencia en que hay gente limpia que sabe y puede hacerlo bien.
Creo en álgebras sin renuncias, canicas de barro del niño Florencio, el hijo del pastor dibujando en el barro cuando tiraba “a porro”...
“Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.”
(El niño Yuntero/ Miguel Hernández)
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